La Santa Dinero

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2010

viernes, 25 de septiembre de 2009

Publicacion Ñ

La forma de un imposible Con tres temporadas en escena, Lúcido transita el sueño y la vigilia de una familia muy normal. La realidad siempre puede ser otra, distinta a la que vive el espectador y a la que encarnan los personajes. Una familia y un imposible - devolver un riñón que fue trasplantado hace 15 años - estructuran la historia, donde encuentran lugar otras imposibilidades, una dimensión siempre verosímil cuando se trata de un vínculo familiar. María Inés Sancerni, Javier Drolas, Eugenia Alonso y Hernán Lara llevan tres años poniendo el cuerpo al melodrama y a la comedia que se cruzan en Lúcido, con texto y dirección de Rafael Spregelburd. Una hija que vuelve a la casa materna en busca de sus cosas, un hijo que intenta sueños lúcidos y terapias gestálticas para entender que su madre es una cosa y él es otra, una madre en la que se hacen carne muchas madres y su novio son los personajes en los que el autor pone a jugar ciertas concepciones que giran en torno al universo familiar, pero bien pueden estar hablando sobre el desorden del mundo. En 2006, Spregelburd convocó a los cuatro actores - con los que ya había trabajado en otras obras – y fue planteando ciertos temas; luego de pruebas e improvisaciones, dio con la estructura del texto, que debía estar listo en dos meses para su presentación en Girona (Cataluña). Para Drolas - cuyo personaje, Lucas, es un joven delirante que a los 10 años habría estado preparado para morir -, “no hay ningún actor desde el interior, sino desde la lógica del texto y desde la forma, que se juntan en el escenario y provocan una tercera cosa en uno, otra distinta en otro”. De una escena a la otra, puede pasarse de la risa al fondo de la tragedia y, de allí, a no entender nada, hasta que un indicio devuelve al espectador al relato. Si bien el desconcierto es un rasgo común en las obras del autor, Lúcido parece especialmente montada sobre la incertidumbre del tiempo y el espacio: por momentos, no se sabe si Lucas llegó al sueño lúcido – darse cuenta de que se está soñando y tener control sobre el sueño - o sólo tiene pesadillas recurrentes en un extraño restaurante. Los diálogos también contribuyen a la confusión al abrir más puertas sobre un terreno donde el rencor y lo siniestro pueden articular los vínculos más cercanos. “Lo que nos resulta tan interesante de actuar Lúcido es que permite que uno actúe una cosa en un momento y al segundo siguiente todo lo contrario, sin transición posible y sin ninguna justificación más que el rompecabezas que se arma sobre el final”, explica Sancerni, Lucrecia en la ficción, que donó el riñón a su hermano a los 13 años y ahora vive en Miami o en Ramallo. “Rafael jugó con la confusión en todo momento. Incluso los actores nos sentimos engañados”, dice Lara, que interpreta a Darío, el novio de la madre, a quien conoció en un restaurante, o en el chat o en el bingo. Alonso – que compone maravillosamente a Teté, una madre que fácilmente genera sentimientos encontrados - piensa que es como en la vida: “Vos decís: todas las pistas me llevaron a un lugar y me equivoqué: en la educación, en la crianza de los hijos, en la política, en creer que este era mi amigo y no lo era. Y después decís: no, claro, si había una pista y yo no le di bola”. Esta confusión que resulta “gozosa” de encarnar para los cuatro actores es la misma que divierte y que abre, a la vez, una posibilidad de reflexión sobre la propia realidad, donde atar cabos, o ser consciente de ciertos mecanismos, nunca viene mal. Luego de tres años sobre el escenario, para los actores la obra “marcha por sí misma, más allá de lo que nosotros actuamos: renueva la expectativa todo el tiempo”, dice Sancerni. “Como buen espectáculo”, agrega Drogas. “Hay tensión dramática, hay comedia”. Además de un texto inteligente - de uno de los dramaturgos argentinos más destacados de su generación – Lúcido es posible por un sólido y talentoso grupo de actores que siguen la premisa de Spregelburd según la cual “el personaje cuanto más tonto, cuanto más inconsciente del conflicto, mejor: está sumergido sin capacidad de ver – dice Drolas - no sabe muy bien para donde ir, no sabe muy bien cómo accionar, y va para adelante”. El elenco también se pone al hombro la parte menos atractiva del teatro independiente, haciendo posible la puesta de este clásico contemporáneo junto a un pequeño equipo de producción, con Mónica Raiola a cargo de la escenografía y el vestuario. Para Sancerni, la obra se sostiene también “porque hay algo del material humano, intelectual y artístico que vale la pena” y que llena la sala por efecto de las críticas del boca a boca. Lúcido se estrenó en Girona en diciembre de 2006, con otro elenco dirigido por Spregelburd. En Cataluña la obra “resultaba un drama”, cuenta Alonso. “Lo tomaban más literal: la donación de órganos. El argentino es más irónico o se ríe más del absurdo. Es muy interesante que actuando lo mismo con los mismos códigos el público lo reciba distinto, incluso en una misma comunidad”. Porque la función tampoco es igual cada viernes, ni para cada espectador, en la sala del Teatro Andamio 90: si bien hay chistes que aseguran la carcajada, la evolución del conflicto y el mismo final pueden inducir invariablemente a la risa o al llanto. La forma de un imposible Con tres temporadas en escena, Lúcido transita el sueño y la vigilia de una familia muy normal. La realidad siempre puede ser otra, distinta a la que vive el espectador y a la que encarnan los personajes. Una familia y un imposible - devolver un riñón que fue trasplantado hace 15 años - estructuran la historia, donde encuentran lugar otras imposibilidades, una dimensión siempre verosímil cuando se trata de un vínculo familiar. María Inés Sancerni, Javier Drolas, Eugenia Alonso y Hernán Lara llevan tres años poniendo el cuerpo al melodrama y a la comedia que se cruzan en Lúcido, con texto y dirección de Rafael Spregelburd. Una hija que vuelve a la casa materna en busca de sus cosas, un hijo que intenta sueños lúcidos y terapias gestálticas para entender que su madre es una cosa y él es otra, una madre en la que se hacen carne muchas madres y su novio son los personajes en los que el autor pone a jugar ciertas concepciones que giran en torno al universo familiar, pero bien pueden estar hablando sobre el desorden del mundo. En 2006, Spregelburd convocó a los cuatro actores - con los que ya había trabajado en otras obras – y fue planteando ciertos temas; luego de pruebas e improvisaciones, dio con la estructura del texto, que debía estar listo en dos meses para su presentación en Girona (Cataluña). Para Drolas - cuyo personaje, Lucas, es un joven delirante que a los 10 años habría estado preparado para morir -, “no hay ningún actor desde el interior, sino desde la lógica del texto y desde la forma, que se juntan en el escenario y provocan una tercera cosa en uno, otra distinta en otro”. De una escena a la otra, puede pasarse de la risa al fondo de la tragedia y, de allí, a no entender nada, hasta que un indicio devuelve al espectador al relato. Si bien el desconcierto es un rasgo común en las obras del autor, Lúcido parece especialmente montada sobre la incertidumbre del tiempo y el espacio: por momentos, no se sabe si Lucas llegó al sueño lúcido – darse cuenta de que se está soñando y tener control sobre el sueño - o sólo tiene pesadillas recurrentes en un extraño restaurante. Los diálogos también contribuyen a la confusión al abrir más puertas sobre un terreno donde el rencor y lo siniestro pueden articular los vínculos más cercanos. “Lo que nos resulta tan interesante de actuar Lúcido es que permite que uno actúe una cosa en un momento y al segundo siguiente todo lo contrario, sin transición posible y sin ninguna justificación más que el rompecabezas que se arma sobre el final”, explica Sancerni, Lucrecia en la ficción, que donó el riñón a su hermano a los 13 años y ahora vive en Miami o en Ramallo. “Rafael jugó con la confusión en todo momento. Incluso los actores nos sentimos engañados”, dice Lara, que interpreta a Darío, el novio de la madre, a quien conoció en un restaurante, o en el chat o en el bingo. Alonso – que compone maravillosamente a Teté, una madre que fácilmente genera sentimientos encontrados - piensa que es como en la vida: “Vos decís: todas las pistas me llevaron a un lugar y me equivoqué: en la educación, en la crianza de los hijos, en la política, en creer que este era mi amigo y no lo era. Y después decís: no, claro, si había una pista y yo no le di bola”. Esta confusión que resulta “gozosa” de encarnar para los cuatro actores es la misma que divierte y que abre, a la vez, una posibilidad de reflexión sobre la propia realidad, donde atar cabos, o ser consciente de ciertos mecanismos, nunca viene mal. Luego de tres años sobre el escenario, para los actores la obra “marcha por sí misma, más allá de lo que nosotros actuamos: renueva la expectativa todo el tiempo”, dice Sancerni. “Como buen espectáculo”, agrega Drogas. “Hay tensión dramática, hay comedia”. Además de un texto inteligente - de uno de los dramaturgos argentinos más destacados de su generación – Lúcido es posible por un sólido y talentoso grupo de actores que siguen la premisa de Spregelburd según la cual “el personaje cuanto más tonto, cuanto más inconsciente del conflicto, mejor: está sumergido sin capacidad de ver – dice Drolas - no sabe muy bien para donde ir, no sabe muy bien cómo accionar, y va para adelante”. El elenco también se pone al hombro la parte menos atractiva del teatro independiente, haciendo posible la puesta de este clásico contemporáneo junto a un pequeño equipo de producción, con Mónica Raiola a cargo de la escenografía y el vestuario. Para Sancerni, la obra se sostiene también “porque hay algo del material humano, intelectual y artístico que vale la pena” y que llena la sala por efecto de las críticas del boca a boca. Lúcido se estrenó en Girona en diciembre de 2006, con otro elenco dirigido por Spregelburd. En Cataluña la obra “resultaba un drama”, cuenta Alonso. “Lo tomaban más literal: la donación de órganos. El argentino es más irónico o se ríe más del absurdo. Es muy interesante que actuando lo mismo con los mismos códigos el público lo reciba distinto, incluso en una misma comunidad”. Porque la función tampoco es igual cada viernes, ni para cada espectador, en la sala del Teatro Andamio 90: si bien hay chistes que aseguran la carcajada, la evolución del conflicto y el mismo final pueden inducir invariablemente a la risa o al llanto.